miércoles, 12 de marzo de 2014

Diez años ya de los atentados de Madrid




Diez años ya los atentados de Madrid. Tiempo necesario para poder cerrar heridas, que en mi caso no fueron de sangre, pero si provocadas por un sentimiento de vergüenza respecto a la manera en que la institución de la que entonces formaba parte, la Dirección General de Asuntos Religiosos de la Generalitat de Catalunya, respondió a esta tragedia. Durante la mañana del 13 de marzo de 2004, escribí a mano todas las impresiones vividas a lo largo de los dos anteriores días, y me prometí a mí mismo que una década más tarde las haría públicas. Lo hago ahora, sin ningún tipo de resentimiento, pero sí con la voluntad de evitar que el olvido no nos permita enfrentarnos con nuestra memoria, y con nuestra vergüenza.


"La mañana del 11 de marzo había finalizado mi clase de prácticas de coche, y mi profesor me había dejado en la estación de Vilafranca del Penedès. Como era habitual, aprovechaba el viaje hasta Barcelona para leer. No recuerdo si llevaba un libro o la fotocopia de un artículo. Al llegar a Barcelona hice mi trayecto habitual a pie, desde la estación de Arc de Triomf hasta Via Laietana. Al entrar en la oficina, Montse Guallarte me comunicó que había habido un gran atentado en Madrid. Faltaban unos minutos para las 9 de la mañana. Entré en mi despacho, pero ni siquiera encendí el ordenador, ya que a esa hora había quedado con mi amigo Ignacio Álvarez Dorronsoro, para tomar un café. No nos fijamos si en el bar estaba puesta la televisión. Media hora más tarde estaba de nuevo en el despacho, y ya me enteré a partir de las noticias de los diarios por internet, de que había sido un atentado especialmente sanguinario. Lo primero que pensé fue llamar a Madrid, a casa de mi tío Satur, para preguntarle por él y el resto de familia que vive en Madrid. Él me dijo que estaba bien, pero, muy nervioso, comenzó a gritarme al teléfono: "ETA Son unos asesinos y unos bárbaros. Ves, es eso lo que ha conseguido ese malnacido de Carod-Rovira!" (haciendo referencia a las indiscretas conversaciones que éste mantuvo con representantes de ETA en Perpignan).  Yo le pedí que se tranquilizara, que lo que era importante era que nadie de la familia fuera víctima de los atentados. Le dije que después le llamaría. De nuevo el terrorismo, de nuevo nos volvíamos a encontrar de nuevo con el dolor, esta vez en Madrid. Quizás acostumbrado a esta funesta rutina, seguí haciendo mi trabajo, y de vez en cuando miraba las imágenes que algunos medios iban mostrando por internet. En ese momento, mi situación en la Dirección General tenía fecha de caducidad, ya que la directora general, la sra. Montserrat Coll, ya me comunicó que no quería contar conmigo, y que el mes de junio finalizaría mi vinculación laboral. Durante ese periodo se me encargó hacer un estudio sobre el estado de los cementerios musulmanes en Cataluña. Mi anterior cargo, como responsable de estudios de la Dirección General había quedado suspendido. Por aquel entonces, yo ya era consciente de que mi presencia tenía fecha de caducidad, y que ya no podría aportar nada más que lo que me fuera solicitado por la directora general. Mi compañero Manuel Lecha fue encargado de las relaciones con las comunidades musulmanas, y yo le debería dar apoyo hasta el mes de junio. Como una funesta costumbre, hacia el mediodía, nos acercamos a la concentración silenciosa que habitualmente se hacía en la Plaza Sant Jaume cuando se producía un atentado. Allí había miembros del gobierno de la Generalitat y del Ayuntamiento de Barcelona. Saludamos a compañeros de otros servicios del Gobierno. Rompiendo el silencio se escucharon gritos en contra de ETA y en contra de los terroristas. A mí me sonó el teléfono. Era Joan Uribe, sargento de los Mossos de Escuadra, al que sus jefes habían encargado dedicarse al seguimiento de los potenciales casos de terrorismo islamista. Su llamada me dejó de piedra: "quizás no ha sido ETA", me dijo. Yo enseguida se lo comuniqué a mi compañero Manuel, que se quedó tanto sorprendido como yo mismo. Rápidamente volvimos al despacho para comunicarle esta información a la sra. Coll. Le pedimos podernos reunir urgentemente para que tuviera constancia del hecho. Como en aquel tiempo ya se había definido la jerarquía dentro de la Dirección General, fue Manuel quien se dirigió a ella. Ante nosotros, la sra. Coll, incrédula, dijo: "bueno, pero todavía no hay pruebas de ello, ¿verdad ?". "Cierto" ,contesté yo, "pero si se confirma esta hipótesis, quizás habrá que tomar alguna decisión". Nos encargó que hiciéramos un seguimiento de los acontecimientos para ver si podíamos descartar esta autoría o si empezaban a aparecer nuevas pruebas. Desde mi despacho me puse en contacto con miembros de los servicios de información. Volví a llamar a los Mossos para decirles que nos informaran tan pronto como aparecieran nuevas noticias, y también hice una llamada a la Guardia Civil. La idea que les quería transmitir era que estábamos a la espera de noticias, y en previsión de poder hacer algo para poder evitar algún tipo de reacción social contra los musulmanes. También nos pusimos en contacto con representantes del colectivo musulmán, que se indignaron ante las suposiciones que les hacíamos, aunque luego parecieron interpretar mejor nuestra llamada. He de reconocer que lo primero que me ha venido a la cabeza estos días ha sido que alguien atacara una mezquita, o que alguna persona musulmana fuera agredida. Me acordaba del caso del atentado de Okhlahoma y temía que esto nos pasara en Cataluña. Era como si pudiera derrumbarse el camino que habíamos estado haciendo en los últimos años. También llamé a mi mujer, Pilar, para comunicarle el hecho. Lo hice desde el móvil, en la calle, ya que pensaba que tenía que saber. Aproveché que estaba en la calle para engullir un pequeño bocadillo, mientras llamaba a otros compañeros periodistas. Todo el mundo estaba muy preocupado, porque empezaban a aparecer informaciones de los servicios de información británicos, que fueron los primeros en empezar a hablar de la hipótesis islamista. Al volver a la oficina, le iba informando de mis conversaciones a la sra. Coll que, sin embargo, no aparentaba ningún tipo de preocupación por lo que estaba pensando. Pese a las dudas que tuve respecto la autoría de los atentados, durante el jueves 11 de marzo en ningún momento me relajé. Preferí imaginar el peor escenario posible, y asumir el riesgo de ser tachado posteriormente como exagerado (si finalmente la autoría hubiera sido de ETA), que no como poco previsor. El resto de la tarde sirvió para seguir intentando encontrar más claves en internet y para que la batería del móvil prácticamente se me descargara. Creo que hacia las cinco de la tarde, la sra. Coll nos comunicó que iba a casa. Yo le dije, que si quería, podría llamarle a su casa, ya que probablemente me llegaría más información durante la noche. Ella me respondió que ya se la comunicaría mañana, y que esperaba que si se confirmaba la autoría islamista, al final no se tuviera que suspender la reunión prevista entre el consejero primero, Josep Bargalló, y los representantes del Consejo Islámico y Cultural de Cataluña, prevista por el siguiente lunes 15 de marzo. Me quedé mudo: que su única preocupación en estos momentos fuera una cuestión de protocolo. Esa tarde salí tarde del despacho, y cuando llegué a casa, me conecté de nuevo en internet para conocer nuevos detalles.

La rutina del día siguiente comenzaba a las siete de la mañana, de nuevo al volante del coche de prácticas. El profesor me dio más de una bronca, diciéndome que " hoy no estás muy fino , qué te pasa ?". Poco le pude decir, pues ya tenía la cabeza en otro sitio. A las ocho, cogí el tren con tres o cuatro periódicos bajo el brazo. A medio viaje me vuelve a llamar Joan Uribe, indicándome que los Mossos quieren entrevistarse con los responsables del Consejo Islámico y Cultural de Cataluña, y que nos pedían nuestro apoyo para ponerse en contacto con ellos. Yo le dije que, dado que yo ya no ocupaba ningún cargo en la Dirección General, le debería pedir directamente a la directora. Uribe me respondió que él tenía la autorización de la consellera Montserrat Tura para que las personas que los ayudaran a hacer este contacto fueran Manuel Lecha y yo mismo. Y me recalcó que ya se pondrían en contacto con la sra. Coll. Llegué a la oficina, y me encuentro con Manuel (al que ya había llamado después de hablar con Uribe, para comunicarle a la sra. Coll la intención de los Mossos). Me confirma que ha hablado con ella, y que quiere que concertemos esta reunión, que se celebrará ese viernes a las 11h en la sede del Consejo islámico en la calle Tallers. Manuel también me comenta que la sra. Coll hoy vendría más tarde a la oficina. Yo le expongo algunas de las propuestas que había pensado: proponer un manifiesto de rechazo consensuado con el mayor número de comunidades musulmanas de Cataluña, hacerle saber al Gabinete del Presidente Maragall que estábamos moviendo esto y, sabiendo que se estaba organizando una gran manifestación en Plaza de Cataluña-Paseo de Gracia, poder conseguir que pudiera haber una representación de estos colectivos en su cabecera. Mientras íbamos a la cita con los Mossos fuimos perfilando estas ideas, pues para la primera de ellas queríamos contar con el apoyo del Consejo Islámico. La reunión a tres bandas no duró más de treinta minutos, y todos nos aprestó a apoyarnos en la respuesta a esta situación. A la salida, un grupo de periodistas nos abordó, y tuvimos que darles algunas excusas un poco raras para evitar que nos identificaran. De regreso a la oficina, Manuel recibió la llamada de la sra . Coll que le preguntaba cómo había ido la reunión. Después de hablar con ella, Manuel me comunicó que la sra . Coll tenía unos asuntos personales que le impedirían venir a la oficina durante todo el día. Esto me preocupó mucho, ya que nosotros no podíamos entrar en contacto con el Gabinete de Presidencia, ni iniciar todas las iniciativas que habíamos pensado para que se pudiera articular una respuesta de condena a los atentados por parte de las comunidades musulmanas en Cataluña. Al llegar a la oficina de Via Laietana, empecé a redactar el texto del manifiesto que había que consensuar con las comunidades musulmanas. Cuando ya tenía un primer borrador, Manuel entró en mi despacho para revisarlo juntos. Al entrar, cerró la puerta, y me dijo que hoy la sra. Coll no vendría en todo el día porque había decidido quedarse en casa, para poder preparar la calçotada que quería hacer el sábado, en la que había invitado a diferentes miembros del gobierno catalán (*). Me quise morir en ese instante. Mi primera reacción fue coger la chaqueta y marcharme a casa, pero Manuel me contuvo, para decirme que teníamos que hacer el manifiesto, y que esto era lo más importante que hacer ahora.

Hicimos un breve texto de rechazo por los atentados, mientras que por otra parte, localizábamos los teléfonos de los principales interlocutores de las comunidades musulmanas en Cataluña. La idea sería explicarles nuestra propuesta, leerles el contenido del manifiesto (o mandarselo por fax), y luego añadir el nombre de su comunidad en la lista de adhesiones. Cuando nos pusimos en contacto con el Consejo Islámico, surgió el primer problema: ellos habían preparado un comunicado diferente que estaban a punto de enviar a la prensa. Les pedimos que lo que querían hacer no era lo que tocaba hacer ahora, y que nosotros nos estábamos exponiendo mucho para que se pudiera dar una imagen de unidad en el seno del colectivo. Finalmente, se avinieron a consensuar los dos textos. Nos pasamos casi todo el mediodía y comienzo de la tarde (era viernes, y era día de oración), llamando a comunidades musulmanas. Al final conseguimos el apoyo de unas cuarenta entidades y mezquitas. Ya le habíamos comunicado al Gabinete de Presidencia lo que queríamos hacer, y que quedábamos a la espera de que nos dijeran algo en relación a la manifestación de la noche. A partir de media tarde, empezamos a enviar el manifiesto por fax a la redacción de los principales medios de comunicación de Cataluña. El número de fax de la Delegación de la Generalitat en Barcelona apareció en todos los envíos, pero tengo la sensación de que nadie se dio cuenta de ello. Al día siguiente, muy pocos medios se han hecho eco de este manifiesto. Demasiado esfuerzo para unos resultados tanto escasos.

Ahora quedaba la cuestión de la manifestación. Manuel Lecha y yo mismo nos desplazamos a la sede del Consejo Islámico para poder recoger a algunos de sus representantes para poder asistir a la manifestación. Desde el Gabinete de Presidencia nadie nos había respondido, pero lo intentamos. Al llegar a Plaza Cataluña, la multitud era tan enorme, que sólo pudimos situarnos junto al edificio de El Corte Inglés, muy lejos de la cabecera que se encontraba al inicio del Paseo de Gracia. Todavía recuerdo las miradas de la gente respecto a unos representantes musulmanes que, vestidos con chilabas y turbantes, intentaban abrirse paso entre la multitud. Al final fue imposible dar un paso más. Yo pensé que ya había hecho suficiente, y enfilé hacia el tren que tenía que llevar a casa.

El día había sido muy largo y duro, como también lo fue aquella noche de insomnio y vergüenza.


(*) Este hecho me fue confirmado por la entonces Secretaria para la Inmigración, Adela Ros, que reconoció que ella participó en esta comida, junto con otros miembros del partido al que pertenecía la sra. Coll, como el consejero primer Josep Bargalló.

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