martes, 11 de febrero de 2014

Muerte a la inteligencia




Esta imagen forma parte de nuestro imaginario cultural: la salida de Miguel de Unamuno del paraninfo de la Universidad de Salamanca en octubre de 1936, después de su encontronazo dialéctico con Millán Astray, y su "muerte a la inteligencia" (o "muera la intelectualidad traidora, viva la muerte", pues no queda claro lo que realmente dijo este infausto personaje). La siguiente imagen representa la aplicación práctica, depurada tras los años, de cómo el cáncer de la ignorancia adquiere nuevas dimensiones:


Davinia Saorín, concejala del Partido Popular en Calasparra, y secretaria general de Nuevas Generaciones en esta población murciana, ha vuelto a hacer una oda a la incompetencia. Cuando nuestros mejores jóvenes, aquellos que recibieron una educación superior de calidad, tienen que hacer las maletas para encontrar una oportunidad lejos de su país, no hay nada más sangrante que ver cómo otros JSI (jóvenes sobradamente ignorantes, el video aporta contundentes pruebas de ello), van ocupando cargos con responsabilidad pública -sean electos o pre-dilectos, por parte de los dirigentes de sus partidos-, que les enardecen a realizar declaraciones como las que aquí quiero denunciar. Cada uno sabrá extraer sus conclusiones tras el visionado del video:

http://www.youtube.com/watch?v=MMk85I6QzUg

Pensarán que lo fácil es cebarse contra los cargos públicos del partido que gobierna el país. Bueno, es esta una de las limitadas prerrogativas que tenemos los ciudadanos en una sociedad democrática, y que va más allá de la inveterada costumbre hispana de poner a parir al prójimo. Pero lo que verdaderamente lamento es que esta forma de conducirse en la sociedad, aprovechando los trampolines institucionales y las estructuras de dominio de los partidos políticos, hace ya tiempo que ha seducido a muchos jóvenes, que ven en la política una manera de poder ser algo en la vida. Siempre es difícil separar la vocación de la provocación, la voluntad de servir al bien común de la voluntad de servirse y aprovecharse del bien común. Y es que la política partidaria (que no es lo mismo que la política partisana, llevada a cabo desde y hacia el tiempo y vida ordinaria de las personas, para mejorar realmente su vida), cuya refinada práctica ha sido aplicada por parte de todos los partidos políticos que han tenido experiencia cortesana (es decir, que han tocado poder tangible, y no sólo moral), explica que la mejor manera de poder progresar en un partido es la servidumbre, la disponibilidad, saber "codearse" (en el doble sentido etimológico: estar con y apartar con), y la impagable virtud de la traición. Alguien dijo alguna vez, que nadie progresa en política si no acaba traicionando a aquellos que le ayudaron en un primer momento. La política está llena de figuras que se quedaron huérfanas por voluntad propia. 

Es evidente que en el debate de las ideas, todo puede ser planteado (aunque no todo pueda ser aceptado).  Tal principio nunca ha sido patrimonio de nuestros cargos e instituciones políticas. Y que una persona como la concejala Saorín exprese sus ideas, y que éstas sean rebatidas, está dentro de la normalidad. Lo que verdaderamente me preocupa es ese desparpajo ignorante, esa superioridad moral que dicen imprime el cargo sobre la persona (cuando debería de ser todo lo contrario), de la que los cachorros de los partidos políticos hacen gala. Quizás de esta manera atraerán la atención de sus futuros valedores de su progreso en las estructuras de sus partidos. Pero que los veteranos piensen que quizás algún día serán los primeros que, a fuerza de fingidos homenajes, serán desplazados a retiros dorados. Esos mismos a los que los más jóvenes aspiran: el Consejo de Estado, el Parlamento europeo, o los más confortables despachos de grandes empresas o ONG's a mayor gloria de su figura. Eso sí, después de haber servido a la patria que, agradecida, les ha devuelto el favor dándoles una paga vitalicia...




sábado, 8 de febrero de 2014

El asalto a nuestras conciencias




Es de justicia, ante lo sucedido en la frontera del Tarajal en Ceuta, refutar las funestas tesis de Samuel P. Huntington, en las que se refería a que las fronteras con el mundo islámico estaban marcadas con sangre. Occidente construye su presente con la pervivencia de temores pasados. Pero lo cierto es que las únicas fronteras que hoy en dia hacen sangrar y desangrar, son las hemos dejado construir con nuestros impuestos y con la ausencia de nuestras conciencias, para "protegernos" de una amenaza ficticia, creada por nuestro egoísmo ruin, que esquilma los recursos del mundo para nuestro bienestar, y que rechaza a aquellos que provienen del mismo origen.

Recuerdo una viñeta de El Roto que, con su siempre lacerante crítica, afirmaba que los inmigrantes han llegado a Europa siguiendo el rastro del expolio de sus países. La codicia con la que hemos conseguido nuestro estado del bienestar, nos lleva a no desear compartirlo con nadie. De esta manera despreciamos la condición humana, nuestra propia condición, ante las figuras sin nombre, sin rostro, sin historia, de una serie de personas que desaparecen antes de pisar esta tierra. El Mediterráneo se ha vuelto cómplice de este desprecio, al engullir la vida de miles de personas.

Los medios de comunicación sentencian que “la desesperación y la falta de alimentos empujan a inmigrantes a los asaltos”. Describen a estas personas como una masa uniforme, sólo movida por la mera supervivencia, sin orden ni concierto, como una marea humana dispuesta a desbordar cualquier frontera natural o artificial. La deshumanización es característica de la información con la que que se nos intenta inmunizar ante el dolor y la desaparición: hacernos creer que el mal de los otros es necesario para que nosotros mantengamos lo poco que nos queda.

¿Cómo hemos llegado a acceptar esto, a defender nuestros derechos y privilegios mediante concertinas? ¿Por qué nos sentimos salvados por estar en la otra parte de la valla? ¿Cuantos muertos deberan de acumularse a las puertas de Europa para que caiga este muro de insensibilidad? ¿Hasta cuándo resistirán nuestras conciencias sin inmutarse?